Ucrania

Ucrania Nacho Zubizarreta

Ucrania Nacho Zubizarreta

Víctor es de Ucrania. Nos conocimos hace unos diez años cuando él vino de visita a Barcelona. Hubo feeling, nos caímos bien, nos gustamos, y desde entonces seguimos en contacto. En este tiempo ha visitado mi ciudad en dos ocasiones más. El destino quiso que coincidiéramos en Berlín también. Es cariñoso y amable y todos estos encuentros han forjado una amistad a pesar de la distancia. 

Recuerdo que Víctor siempre se mostraba muy crítico con su propia tierra, seguramente porque la siente muy adentro y le gustaría que las cosas se hicieran mejor. Decía que en Ucrania la corrupción campaba a sus anchas a unos niveles que aquí, que sabemos un rato largo de corrupción, nos asombraría. También se quejaba de la falta de derechos civiles, sobre todo respecto al colectivo LGTBI. Sin llegar a los niveles de Rusia o Hungría, la homofobia en Ucrania es bastante elevada. 

Ahora la guerra asola su país. Mi amigo está ahí, en Kiev, viviendo bajo los bombardeos y sintiendo cada día como si fuera el último. Y yo no sé muy bien qué decirle. 

Cada vez que escribo a Víctor no sé qué decirle, todo lo que se me ocurre me suena vacío y superficial. Una vez le escribí algo así como que esperaba que esta terrible situación que le ha tocado vivir se acabara pronto. Él me corrigió. Yo espero que Ucrania gane pronto la guerra, me dijo. Desde entonces ando todavía más atento a la hora de redactar mis comentarios. ¿No lo había dicho? Victor es ucraniano y vive en Kiev. 

En su última visita a Barcelona, me afirmó con rotundidad que Putin tenía intención de invadir su país. Por aquel entonces ya se habían anexionado Crimea. Si mi amigo lo tenía tan claro (y no es un experto en geopolítica), debía ser algo así como un secreto a voces. Nadie lo quiso parar, nadie tuvo interés en detenerlo y ahora todos nos rasgamos las vestiduras. Lo terrible es que esa inacción, ese mirar a otro lado, causa muertes cada día. Muertes atroces, como se encarga de mostrarnos la televisión.  

Antes Victor yo nos saludabamos una vez al mes y en fechas señaladas, ya se sabe, por navidad y nuestros respectivos cumpleaños básicamente. Desde que Rusia invadió Ucrania le escribo cada semana más o menos. Él siempre me responde muy amable y agradece mis mensajes. No deja de asombrarme lo animado que se muestra, a pesar de que están devastando su tierra. Yo intuyo que padece de algo así como una euforia derivada del estrés (ojo, es mi interpretación). Si no, no me lo explico. 

Es periodista y trabaja con un grupo de redactores extranjeros que cubren la guerra. No se encuentran en primera línea de fuego pero visitan zonas de riesgo medio-alto. Ya han habido bajas entre los miembros de la prensa internacional. Ayer bombardearon la zona en la que estábamos. Soy consciente de que esta noche puedo morir, me dice. Yo pienso en mi interior: este hombre está arriesgando su vida cada día mientras que mi mayor problema esta noche será qué ver, si la nueva serie de Netflix o la peli de estreno de HBO. Su situación me hace replantearme muchas cosas. 

Evidentemente la guerra de Ucrania no es culpa directamente mía. Pero como ciudadano de occidental me siento algo responsable de formar parte del bando que ha dejado que las cosas lleguen a este punto. La UE está más preocupada por el crecimiento económico que por frenar a Putin. ¿Qué estaría dispuesto a hacer yo para ayudar a Ucrania? ¿Renunciaría a comodidades a fin de evitar muertes? ¿Es eso medible? Si la causa efecto fuera directa, diría que sí. Si la UE dejara de comprar gas a Rusia no frenaría la guerra, es cierto, pero haría pupa a Putin. ¿Merece la pena intentarlo? ¿Cuántos ciudadanos ucranianos valen un 1% del PIB alemán? Como escuché decir a un analista en la radio, el verdadero problema es que Ucrania importa, pero tampoco tanto. Menos importancia tienen aún Siria, Yemen, Etiopía… Aunque a todos se nos llene la boca de hablar de derechos humanos. 

 

Le he ofrecido mi casa si quiere salir de su país. Me lo agradece, pero se queda allí. Entonces le digo que espero que Ucrania gane pronto (he aprendido la lección) y que podamos reunirnos y tomarnos unas cervezas. Él responde: amén! Yo tampoco sé de geopolítica, pero no creo que Ucrania pueda ganar. Como ciudadano occidental miedoso y egoísta que soy, lo que deseo es que el conflicto acabe pronto, haya cierta estabilidad ni que sea por un par de semanas antes de que llegue la próxima catástrofe. También espero que esta debacle nos abra los ojos, apostemos definitivamente por las energías renovables y dejemos de depender de terceros.     

 

Hablé con él hace un par de días. Cuando nos despedimos, me dijo algo que me helo la sangre: “para dormir, miro las fotos de los soldados rusos muertos que nos vamos encontrado. Son la mejor canción de cuna para mí”. Me quedo en shock. Victor siempre fue amable y tierno, de hecho se definía como muy “vainilla”… La guerra le ha cambiado. Es una víctima más, como un personaje de una novela negra. Y yo maldigo a los dictadores, a todos los Putin que hay en el mundo, y me lamento de todos los que miramos para otro lado a fin de que no nos toquen nuestra pequeña parcela de miseria. Y sí, se me arruga el dedo cada vez que le envío un mensaje.  

 

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