
En mis años mozos frecuentaba Gris, un bar de ambiente situado en la Riera de Sant Miquel de Barcelona. Estaba regentado por Carmela, una guapa mujer de mirada felina, amante de una conocida locutora de radio que, al parecer, era la que había pagado aquel bar. Corría por ahí un chico que decía ser heterosexual y que recalaba allí acompañando a unos amigos. Era evidente que él “entendía” pero no asumía su homosexualidad, por lo menos abiertamente. Me resultaba extraño que en un ambiente “amigable” aquel muchacho se empeñara en ocultar su orientación sexual. Pero ya se sabe, estábamos a mediados de los 90. La ley de Vagos y Maleantes (y sucesivas modificaciones) acababa de ser derogada. Todavía faltaban lustros para las macro celebraciones del Orgullo en Madrid, la Ley de Matrimonio Igualitario, Chueca, Al salir de clase y el Gayxample. Sí, soy gay
Hoy en día pensé que esta cuestión estaba bastante más superada. Pero me doy cuenta de que todavía no. En cuestión de pocas semanas he tenido encuentros con tres tipos que afirmaban no ser homosexuales, que practicaban sexo con otros hombres por morbo. Resulta desconcertante que en pleno 2022, todavía haya personas con reticen- cia a aceptar su tendencia sexual en una ciudad gay friendly como es BCN. Hace años hubiera intentado hacerles entrar en razón y abrirles los ojos a lo incongruente de sus posturas, inmaduras y cobardes. Hoy los veo como víctimas de esta sociedad que les sigue presionando hasta impedirles vivir en libertad. Hace años tampoco creía en la necesidad del Gay Pride, en las manifestaciones en apoyo a la causa LGTBIQ+, ni las muestras públicas en defensa de nuestros derechos.
Hace años en cuestión de respeto a la diversidad estábamos mejor. España era un país ejemplar en ese sentido. Hoy, por el contrario, considero que el colectivo LGTBIQ+ es excesivamente condescendiente, nos quejamos poco para la que nos está cayendo encima y, cuando lo hacemos, solo destaca el lado más frívolo y festivo de nuestras reivindicaciones: las drags y los cachas en tanga. Pero resulta que hoy hay partidos políticos que alimentan el discurso del odio, grupos de niñatos que se permiten dar una paliza a un chaval en plena calle al grito de “maricón” hasta matarlo, como hicieron con Samuel en Galicia el verano pasado al mas puro estilo de una novela negra, y los índices de agresiones homófobas están incrementando de forma alarmante. Eso por hablar de España. En otros países las personas no normativas se juegan la vida por llevar una vida acorde a su identidad.
Hace años yo me sentía seguro en Barcelona. Hoy no tanto. El pasado octubre caminaba para acudir a mi cita con mi psicólogo. Me llamó la atención un pastor alemán sentado a los pies de un tipo en la terraza de un bar. Pasé por su lado y me lo quedé mirando. De pronto el dueño se levantó y me increpó amenazante. ¿Qué miras, maricón?, me gritó. Yo no respondí. Seguí mi camino como si no fuera conmigo. Por primera vez en mi vida me agredían verbalmente por mi condición afectivo-sexual.
Se da un hecho un tanto paradójico. Ahora hay más visibilidad que nunca, muchos famosos han salido del armario y en series, pelis y novelas se muestra por fin cierta diversidad sexual. A la vez se dan más casos de agresión homofoba en la sociedad. ¿Causa – efecto? ¿Se sienten algunos heterosexuales trogloditas amenazados? Comprendo perfectamente que en 2022 en mi ciudad todavía haya personas que no se sientan suficientemente respaldadas ni social ni psicológicamente para salir del armario y aceptar plenamente sus tendencias, sean cuales sean. Por todos ellos, pero sobre todo por mí, seguiré intentando aportar mi granito de arena.
1 comentario en «Sí, soy gay.»
No todo es blanco o negro, habrá personas que las de morbo probar cosas diferentes y no por ello sean homosexuales sino simplemente morbosas o curiosas, personas que les guste vivir o casarse con una mujer o un hombre y tener relaciones con el otro sexo, o puede que sean bisexuales, puede que les gusten varias cosas y no sean algo concreto, están en su derecho a considerarse lo que quieran y a contárselo o no con si quieren, llamarles inmaduros y cobardes no es la mejor labor de pedagogía para convencerles de algo.