Cada noche mi madre y yo tenemos la misma discusión. Ella me pregunta: ¿qué quieres comer mañana? Yo le respondo: lo que haya. Cualquier cosa me estará bien. En otros aspectos de mi personalidad puedo ser complicado, pero respecto a la comida, me muestro muy agradecido. Soy glotón y mi carencia total de paladar me hace disfrutar plenamente de los ágapes más sencillos. Una simple tortilla me encanta, una hamburguesa me parece genial, un bocata de cualquier cosa me sabe a gloria, así que, francamente, me resulta indiferente. Ella se mosquea ante mi pasividad y empieza a quejarse, y yo acabo perdiendo la paciencia. Entramos en una discusión que en el menor de los casos dura diez minutos y en el peor, la tiene a ella maldiciendo por lo bajo toda la noche. Fatiga de decisión
No sé si se han fijado que desde hace semanas, al sintonizar Netflix, la plataforma nos ofrece ya, de buenas a primeras, una película o serie “en marcha”. Solo tenemos que darle al botón de OK para que se siga reproduciendo. Los amigos de Netflix intentan que nos ahorremos decidir qué ver de su inmenso catálogo. No, no estoy cambiando el tema de este post. Estas dos anécdotas, la de mi madre y la de Netflix, responden al mismo paradigma: el denominado síndrome de la fatiga de decisión.
Procrastinación
Cada día una persona media con una vida laboral activa toma entre 30.000 y 40.000 decisiones. Desde las muy sencillas (qué café compro o qué jersey me pongo) a las muy complicadas (determinar si ha llegado la hora de romper con nuestra pareja o si realmente esa es la casa donde queremos ir a vivir, por ejemplo). El psicólogo estadounidense Barry Schwartz explica que el cerebro, al igual que los músculos del cuerpo, se agota por el uso. A lo largo del día, nuestra fuerza de voluntad pierde vitalidad y al caer la noche experimentamos agotamiento mental. Nos cuesta trabajo mantenernos concentrados y motivados. En definitiva, sufrimos de fatiga de decisión y nos resistimos a resolver nada. Si forzamos mucho la máquina, nos exponemos a que nuestro juicio no sea el más certero.
Una de las consecuencias más comunes de la fatiga de decisión es la procrastinación. Es decir, sustituir de manera voluntaria actividades que debemos atender por otras que suponen menor esfuerzo y que no nos llevan a nada. El ejemplo más común en estos tiempos de redes sociales es perder horas mirando videos absurdos de youtube que ni nos exigen ni nos aportan nada. Eso es procrastinar.
Netflix y la toma de decisión
Netflix intenta ponérnoslo fácil a la hora de retenernos en sus garras. (Otra cosa es que acierte. No sé cómo se comporta con ustedes el famoso algoritmo de la plataforma que nos propone productos de nuestro gusto, pero conmigo no suele acertar, por mucha novela negra que me ofrezca). Mi madre, que no tiene departamento de márketing asociado, acaba mosqueada ante mi fatiga de decisión.
Alguna vez, cuando me lanza la temida pregunta: ¿qué quieres mañana para comer?, he intentado explicarle que sufro de fatiga de decisión y que mi cerebro se niega a pensar nada más. Ella me mira circunspecta, me dice que le estoy amargando la vejez. Así que ha acabado por respoder: ensalada y un bistec, en modo piloto automático. Entonces ella dice que no, que hará verdura y salmón que ya lo tiene descongelado y se va a poner malo. Yo digo que muy bien. Me tumbo en el sofá, enchufo Netflix y me paso un par de horas procrastinando tan ricamente antes de quedarme dormido.
1 comentario en «Fatiga de decisión»
Yo soy tan vago que ni tengo Netflix, me da pereza tanto contenido y tener que elegir, me veo series antiguas o documentales en la tele normal y me descomplico