La semana pasada estuve por tierras cordobesas y me acordé de mi abuelo Pepe. Nació en Puente Genil en los albores del siglo XX y era un hombre tranquilo. En su juventud se afilió al Partido Socialista. Por aquellas cosas del destino acabó huyendo de su tierra con su mujer e hijas dirección Barcelona. Les empujaban el avance de las tropas nacionales durante la Guerra Civil. Tras vivir situaciones muy adversas (llegó a estar condenado a muerte de la que se salvó gracias al tesón de mi abuela Demetria), mis abuelos lograron estabilizarse. Se hicieron con un pequeño negocio de telas y ropa de hogar en el barrio del Clot.
Mi abuelo Pepe era un hombre tranquilo eclipsado por la figura de su esposa, una zamorana de armas tomar muy estricta y con un sentido del humor de lo más peculiar. Mi abuelo pasaba desapercibido y solo lo vi alterado cuando jugaba al dominó o hablaba de política. Le gustaba cuidar el jardín de la casa en la Costa Brava que construyeron para que nos reuniéramos toda la familia. Las únicas navidades que recuerdo como tal las viví entre aquellas paredes, con todos los tíos y primos sentados a la mesa enorme llena de viandas y alegría. El abuelo Pepe se pasaba las vacaciones de verano azada en la mano con la que se dedicaba a quitar las malas hierbas. También recogía la pinaza seca protegido del sol por sombrero de paja y regaba las plantas al caer la tarde. A sus nietos nos gastaba bromas algo surrealistas: no miréis tanto la tele que os vais a caer por el terraplén, nos decía. O si os bañáis tanto en la piscina os va a salir barba. Los primos nos reíamos sin acabar de comprender de qué, pero nos resultaba gracioso.
También recuerdo su Seat 124 marrón que cuidaba con esmero y conducía muy lentamente. Pepe, nos están adelantando los ciclistas, decía mi abuela, muerta de risa. Con setenta y pico años ya cumplidos cambió el viejo Seat por un Kadet rojo que a todas luces no era para él. Al cabo de una semana devolvió el Opel y recuperó su armatoste de siempre con el que por mucho que apretara el acelerador, nunca pasaba de cien kilómetros por hora.
En mi adolescencia, al acabar el cole, a mi solo me interesaba ver la tele y leer novelas negras. Mi madre, para que no me quedara todo el día haraganeando en casa, me enviaba a trabajar unas semanas a Tejidos La verdad, la tienda de los abuelos en el Clot. Allí descubrí otra versión de mi abuelo. Tras el mostrador se crecía, aquellos eran sus dominios. Me sorprendió el afecto que despertaba entre las clientas y la gente del barrio en general. Don José, ¿cómo va el día?, le preguntaban los de la panadería de al lado o en el bar donde íbamos a comer. En el negocio era mi abuela la segundona, tras la caja.
Mi abuelo solía hablar del Buchelo, al que ponía de ejemplo de todo lo bueno. Si por la tele echaban toros (sí, cuando yo era niño, retransmitían corridas de toros) y un matador causaba admiración, el abuelo Pepe salía diciendo que aquello no era nada al lado de las verónicas que se marcaba El Buchelo. Y durante los partidos de fútbol, aseguraba que cuando el Buchelo chutaba a puerta no marcaba un gol, marcaba dos. Otra de sus proezas era hacer saltar la banca en los casinos, de tal manera que le habían prohibido la entrada en los de la Costa Azul. Mi madre se enfadaba muchísimo y le pedía a su padre que dejara de decir tonterías. Nunca entendí por qué le molestaba tanto. Yo siempre supuse que el Buchelo sería un amigo de juventud por el que sentía admiración. Mi madre considera que El Buchelo era su alter ego, todo lo que a él le hubiera gustado ser y no pudo. Ahora recuerda aquellas anécdotas con añoranza y se lamenta de que nunca llegó a conocer del todo a su padre.
1 comentario en «Mi abuelo Pepe»
ostras!!! qué recuerdos me has traído del Clot!!! íbamos mucho con mi abuela Paquita!!! y del Jaruco que siempre nombraba mi abuela y yo ni sabía donde estaba????
¿Cómo estáis????
Un beso