La cala Balmins es un decorado especial de un sinfín de historias. Tiene un par de cuevas muy apreciadas en verano pues ofrecen sombra cuando el sol más pega. Un día llegó hasta allí un trotamundos. Lucía el pelo y la barba largas y desarregladas y vestía ropas de estilo hippie. Empujó su bici cargada de bultos al fondo de una de las pequeñas grutas y colgó una hamaca entre dos salientes. Lo único que hacía era bañarse, pasear y ver la vida pasar. Pero su presencia empezó a ser comentada. La gente le miraba con desagrado. Reconozco que yo me sumé a esa ola de reprobación muda. De partida, no me parecía bien que alguien acampara en la playa, a pesar de que no me molestó en ningún momento (ni a mi ni a nadie), al contrario, el hombre era la mar de sonriente. Un sofocante atardecer me acerqué a Balmins a refrescarme. La playa estaba casi vacía. Aquel hombre llevaba una bolsa en la mano y sin que nadie se lo pidiera, recogía los plásticos, colillas y desperdicios que aquellos que le mirábamos con suficiencia habíamos dejado en la arena. Cuando el sol ya caía, aparecieron dos agentes de la guardia urbana y le dijeron que ahí no podía estar. El hombre ni rechistó, acostumbrado como estaba a que su presencia molestara. Enrolló su hamaca, se vistió sus ropas hipielongas, tomó su bici llena de bultos y se fue tal como había llegado, sin que nadie se diera cuenta. Estoy seguro de que Balmin lo echa de menos.
El trotamundos
Otro pequeño relato de los que se me ocurren, anécdotas que me suceden y / o comentarios sobre mi persona plasmados en menos de 200 palabras. En esta ocasión, una vivencia que me ocurrió en Balmins, esa playa de Sitges por la que siento tanto aprecio. El trotamundos
Espero que os haya gustado.
Foto de Naim Benjelloun en Pexels