Las tardes de verano de mi niñez las pasé en remojo con mis primos en la piscina de la urbanización de casa de mis abuelos, en la Costa Brava. El bar del complejo se llamaba El Papagayo, y tenía una enorme pájaro enjaulado que no paraba de lanzar graznidos. Lo regentaba la señora Cohen, una alemana que compensaba la rechonchez de sus formas luciendo moños imposibles. A media tarde mi tía nos daba cinco duros para que nos compraramos unos polos. Mi favorito era el colajet. A esas horas la señora Cohen llevara ya un par de cubatas encima. A veces se le escapaba una teta por el escote y la mayoría de las veces se olvidaba de cobrarnos. Nos gastábamos las 25 pesetas en la máquina de pinball que además hacía cosquillitas y más si jugabas recién salido del agua. Un día El Papagayo amaneció cerrado y precintado. La noche anterior un chico había muerto electrocutado jugando al pinball. No recuerdo que en casa se dieran mucha importancia a ese accidente.
El papagayo
Ahora, al recordarlo, se me pone los pelos de punta (¡los de los brazos, mala gente!). Aquel verano el Papagayo no volvió a abrir y nunca más vimos a la señora Cohen.
Otro pequeño relato de los que se me ocurren, anécdotas que me suceden y / o comentarios sobre mi persona plasmados en menos de 200 palabras. En esta ocasión, una vivencia personal de mi infancia a la que en su momento no di mucha importancia, pero con los años, cuando comprendí lo que había pasado de verdad, llegó realmente a angustiarme. El Papagayo
Espero que te guste.
Foto de Magda Ehlers en Pexels