El duelo me es tan ajeno que el día que murió mi padre, no supe que sentir. Yo, que lloro con los anuncios de navidad, no solté ni una lágrima. Lo único que sabía era que no quería dejarlo solo, que no debía dejarlo con aquellos, que aún cotidianos no dejaban de ser extraños. Mis hermanas se fueron, yo me quedé con él, velándolo en la habitación contigua. No quise verlo más. A la mañana siguiente Elena entró en su dormitorio, por morbo, por ver a un muerto.
-Ya no es él -dijo como si hubiera tenido una revelación.
¡Gilipollas!
Luego vinieron los de la funeraria. Fue complicado bajarlo por las empinadas escaleras de casa. Como en una peli de Berlanga, se le salió un brazo y casi se les cae pues no iba bien sujeto a la camilla.
¡Qué pálido está! Decía la gente respecto a mí en el funeral. Me alegró que dieran por sentado que estaba aflijido, porque yo seguía sin saber qué sentir.
No fue hasta al cabo de unos meses que lo descubrí.
Despedida
Otro pequeño relatos de los que se me ocurren, anécdotas que me suceden y comentarios sobre mi persona plasmados en menos de 200 palabras, en esta ocasión la despedida a un padre que muere cuando todavía no sabemos qué es eso, si es que llegamos a saberlo nunca.
Espero que te guste.