-¿Qué hora es? -preguntó la dama.
El Expreso de Teruel hacía su entrada en ese momento en el apeadero.
-Las 16.34 en punto -respondió el hombre con petulancia mientras ponía su reloj de bolsillo en hora.
El tren se detuvo frente a la casucha, como cada día. Y como cada día, nadie se apeó, nadie montó. Tampoco eran las 16.34. En realidad pasaban cuatro minutos de «y cuarenta», pero en aquella aldea poco importaba. La vida se regía por la llegada del Expreso de Teruel, que se detenía allí a las 16,34 h. Cuando hacía su alto en aquella vía olvidada, todos los aldeanos ponían su reloj en hora.
Un día el tren no paró más y el tiempo se detuvo.
No hubo más cumpleaños, ni más bautizos ni entierros. ¿Qué pasa?, se preguntaron unos a otros. Pero al poco se olvidaron. Ya nunca nadie envejeció ni se vistieron de nuevo de domingo, pues vivían en un martes perpetuo.
Si tomas el Expreso a Teruel y te fijas bien, con suerte podrás atisbar por unos segundos, como en una ilusión, la pequeña aldea olvidada en la que todo quedó por hacer.
Olvido
Otro pequeño relato de los que se me ocurren, anécdotas que me suceden y comentarios sobre mi persona plasmados en menos de 200 palabras. En esta ocasión, un pequeño cuento sobre el olvido que no tiene porqué ser siempre negativo. En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira.
Espero que te guste.
Foto de Pille Kirsi en Pexels