Hace años (por lo que he consultado, muchos más de los que imaginaba) vi en la tv una entrevista a una escritora belga que me llamó la atención. Lucía un sombrero bastante peculiar y se comportaba con una timidez nerviosa que no supe interpretar si era natural o forzada. Recuerdo que dijo que ella escribía mucho pero que la gran mayoría de lo que plasmaba en el papel era terriblemente malo y solamente veía a la luz una ínfima parte de su producción. Se quitaba todo el mérito. Explicaba que al escribir tanto, por cuestión estadística, había un ínfimo número de textos que eran aprovechables. Aquella escritora belga respondía al nombre de Amélie Nothomb y presentaba Estupor y Temblores. Hablo de 1999.
La novela
Amélie es una joven belga, con estudios internacionales, que habla japonés con fluidez y adora la cultura nipona, ya que vivió en Tokio gran parte de su infancia. Cumple su sueño al ser contratada por la compañía Yamimoto, donde está deseosa de desempeñar un puesto acorde con su formación y aptitudes. Ilusa ella. Su doble condición de extranjera y mujer, y la falta conocimiento del funcionamiento verdadero de las relaciones laborales en el país del sol naciente, dará al traste con sus sueños profesionales (y personales).
Todo jugará en su contra, independientemente de lo que haga y cómo. Desde el principio le serán encomendadas una serie de tareas a cual más surrealista que Amelie intentará desempeñar de la mejor manera posible. Será traicionada por su jefa directa, Fubuki, una mujer de gran belleza y dignidad a la que, llegará a admirar. Todo irá de mal en peor y experimentará la ira de diversos jefes de la empresa, hasta llegar al señor Haneda, el presidente, un bendito incapaz de intervenir en las disputas absurdas de sus subalternos. Amélie vivirá en sus carnes un descenso al averno del alma servil del trabajador japonés y será destinada al escalafón más bajo de la empresa. Dotada de un infinito sentido del humor y una falta total de orgullo, Amelie saldrá victoriosa obteniendo placer en el dolor, sublimando la degradación de la sumisión consentida, riéndose de sí misma y de los ejecutivos que pretenden humillarla.
Durante el año que pase en Yamimoto, Amélie descubrirá con decepción que el Japón que ella imaginaba no tiene nada que ver con la realidad. Sabe que debe acatar sin hacer preguntas, pero en ocasiones no puede callar frente a una manera de actuar ilógica que como occidental no entiende. Una de las partes más interesantes de la novela es la relación que establece con Fubuki, su jefa, totalmente masoquista. Amélie acepta con pasmosa sumisión las injusticias que su jefa le inflige, y toma a su propia opresora como ejemplo a seguir, a la que considera un milagro de heroísmo. Amélie sigue el juego de Fubuki pues sabe que su origen occidental le permite abandonar ese rol cuando quiera. Su jefa no puede. Su jefa es japonesa y debe debe ser fiel a su cultura. El pasaje en el que la autora describe lo que supone ser una mujer nipona es tan divertido como aterrador.
Mi opinión
Cargada de ironía (traducida del francés por Sergi Pamies, que siempre es una garantía), se trata de una novela corta que cumple su objetivo con una notable economía tanto de escenarios como de personajes. El título (Estupor y Temblores) hace referencia a la actitud que debían adoptar los súbditos ante la presencia del emperador de Japón. Toda una declaración de intenciones. No es una novela policiaca, género que más disfruto, pero es una novela muy entretenida.