Enero de 1971 Puerto de Santa María, Cádiz. Antonia Ruiz era una mujer con algún retraso que ejercía la prostitución de manera ocasional en bares donde se detenían camioneros. Un día su familia denunció su desaparición. La policía procedió a interrogar a su novio, Manuel Delgado Villegas, un joven que acababa de llegar al lugar conocido como El Arropiero pues se dedicaba a la venta de arrope, una golosina en base a calabaza e higos. La pareja llamaba la atención porque si Toñi tenía pocas luces, Manuel tenía menos.
Sospechoso
Los agentes veían incongruencias en el relato de Manuel Delgado, que se mostró muy hostil en todo momento. Según la versión oficial de los hechos, el Arropiero acabó contando de manera voluntaria el relato de lo sucedido, sin embargo, otras fuentes aseguraban que la confesión fue inducida por un agente que amenazó con quemarle las manos (se las estaba limpiando con alcohol tras tomarle las huella). Manuel Delgado se asustó y acabó confesando. Explicó que Toñi y él fueron a un lugar discreto en el campo donde mantuvieron relaciones sexuales. En un momento dado Toñi puso en duda su hombría, él se enfadó, discutieron y la acabó estrangulando con las medias de la mujer. Una vez muerta, continuó manteniendo relaciones sexuales con ella. La escondió entre unos matorrales. Regresó tres veces más al lugar para practicar necrofilia con el cadáver. “Pero Manuel, ¿cómo has podido venir aquí para acostarte con una muerta?”, preguntó el inspector de policía. “Así es mejor porque no habla”, respondió Manuel Delgado Villegas de la que había sido su novia.

Más crímenes
Tras confesar el asesinato de Antonia Ruiz, como si se tratara de una auténtica novela negra, el Arropiero sorprendió a todos al autoinculparse también de la muerte de Francisco Marín, ocurrido un mes antes y con el que nadie lo relacionaba. Se trataba de un joven electricista trabajador de Renfe cuyo cuerpo apareció sin vida en la bahía un mes antes y que era vecino de Antonia Ruiz. Al parecer «el Arropiero» y Francisco Marís se conocían. El electricista se le había insinuado, Manuel lo había rechazado pero el joven insistió y Manuel Delgado Villegas lo acabó matando. El cuerpo apareció flotando en las aguas de la Bahía del Puerto de Cádiz y aunque la autopsia confirmó que había muerto asfixiado, se descartaba el ahogamiento por lo que se buscaba al asesino. Manuel Delgado explicó que lo había matado de un preciso golpe de karate en la tráquea, habilidad que había aprendido tras su paso por la región, y luego lo lanzó al Guadalete. La policía le preguntó de oficio si tenía algún delito más que declarar. Con total tranquilidad el hombre dijo que sí, que había cometido muchos más.
Biografía
Infancia
Manuel Delgado Villegas nació en Sevilla el 25 de enero de 1943. Era huérfano de madre que murió al dar a luz. Tuvo una infancia difícil. España pasaba las penurias de posguerra; y su padre le abandonó junto a su hermana Joaquina para volver a casarse. La abuela de los pequeños fue quien se encargó de su cuidado, en Mataró. Sin embargo, otros parientes también intervinieron en su crianza. Fue víctima de continuos abusos físicos, golpes y palizas, lo que acabó convirtiéndolo en un ser agresivo e introvertido.
El golpe del legionario
Fue a la escuela, aunque jamás aprendió a leer ni escribir. Tampoco le ayudó su tartamudeo continuo que le impedía comunicarse con fluidez, y menos aún, la dislexia que padecía.
Decidió ingresar voluntariamente en la Legión al cumplir 18 años. Allí aprendió el golpe mortal por el que se hizo “famoso”, y que la policía bautizó como “el golpe del Legionario”. Éste consistía en propinar un brutal impacto con la mano abierta en el cuello de su víctima para romperle la tráquea. Manuel halló en ese golpe la seña de identidad de sus asesinatos. No duró mucho en el ejército. De hecho, hay dos versiones al respecto. Una afirma que Manuel comenzó a consumir marihuana, que después estuvo en proceso de desintoxicación y que debido a esto, padeció ataques epilépticos por lo que fue declarado no apto para el servicio militar. Pero también, hay una segunda versión que cuenta que fue el propio Arropiero quien desertó de la Legión.
Proxeneta y vagabundo
Tras su salida del ejército, Manuel vagabundeó por España, Francia e Italia. Se dedicó a mendigar, a pedir limosna e incluso llegó a ejercer como chapero en Barcelona. En aquel ambiente tenía éxito debido a su juventud, físico agraciado y a que padecía de anaspermatismo, es decir, la ausencia de eyaculación. Este ‘defecto’ le permitía practicar sexo de forma continua sin alcanzar el orgasmo durante largos periodos cualidad muy apreciada por algunos clientes.
Fue detenido en varias ocasiones por la famosa Ley de Vagos y Maleantes, jamás piso la cárcel sino a centros psiquiátricos. A la que la policía lo detenía, escenificaba una serie de convulsiones que lo enviaban al sanatorio. Nadie presagiaba que aquel hombre de aspecto tosco y de personalidad limitada pudiese matar siquiera a una mosca.
Carrera Criminal
Tras el primer interrogatorio por la desaparición de Toñi la policía lo dejó marchar. En una segunda detención y tras jugar con él psicológicamente, la policía logró que confesara. Y no solo confesó ese asesinato. Para pasmo de todos acabó inculpándose de 43 homicidios a los que sumaría varios más a través de su abogado.

Primer crimen
El Arropiero comenzó su carrera criminal muy joven, con tan solo veinte años de edad. El 2 de enero de 1964, a Manuel se le cruzaron los cables. Se encontraba en la playa de Llorac, en el Garraf (Barcelona). Tenía hambre, se acercó a un hombre que desconocía con la intención de robarle para comer. Le acabó golpeando la cabeza con una enorme piedra hasta causarle la muerte. Le robó la cartera y el reloj y salió huyendo. Descubrieron el cadáver 19 días después, pero tardaron siete años en demostrar que Manuel Villegas era el responsable de aquel terrible suceso.
Pasaron tres años antes de que volviese a matar. Esta vez lo hizo en Ibiza, tomada por aquel entonces por los hippies, donde atacó a una estudiante francesa de 21 años llamada Margaret Helene Boudrie. La joven, se encontraba bajo los efectos del LSD y se había quedado dormida en un chalet abandonado. Ella intentó repeler el ataque sexual, pero finalmente, ‘El Arropiero’ la asesinó y violó.
48 asesinatos
De los 48 asesinatos que llegó a autoatribuirse solo pudieron comprobarse 8 dada la complejidad, el tiempo pasados y líos burocráticos varios. No había pruebas suficientes, ni tampoco testigos, faltaron acusaciones particulares y la necesaria colaboración policial a nivel europeo (algunos crímenes dijo haberlos cometido en Francia e Italia), algo que en aquel momento, era mucho más complicado que ahora.
El cromosoma del mal
Todo ello derivó en algo insólito: no hubo juicio sino que la causa quedó archivada directamente. Y en vez de enviar al Arropiero a la cárcel, la justicia se lo sacó de encima y ordenó su internamiento en el centro psiquiátrico penitenciario de Carabanchel. A su llegada, varios psiquiatras le examinaron y determinaron que Manuel era un peligroso psicópata. Poseía el cromosoma XYY, también conocido como de Lombroso o de la criminalidad. Esta mutación la padece uno de cada mil hombres. En los ambientes carcelarios la padecen uno de cada cien, sintoma de que los que tienen esta mutación son propensos a la violencia.
Esta alteración proveía a este asesino de una grave falta de conciencia, sin empatía alguna, y por supuesto, sin ningún tipo de culpabilidad al respecto. Los especialistas pidieron que no le dejasen en libertad, dado que para él no existía el arrepentimiento. También afirmaron que tenía cierta tendencia a la exageración y que seguramente algunas de las historias que contó, algunos de los asesinatos que afirmaba haber cometido, eran producto de su imaginación. Le gustaba ser el centro de atención y fabular.
Los médicos calificaban a Manuel Delgado como “Un deficiente mental que rayaba en la oligofrenia”, al que señalaban como un discapacitado intelectual grave. Salvador Ortega, el inspector que más lo trató discrepa. “En el transcurso de su vida delictiva, tuvo cantidad de situaciones que sorteó perfectamente con una inteligencia adecuada”.
Dinero y sexo
Los viajes en la vida de ‘El Arropiero’ fueron un continuo, así como los asesinatos. Aprovechaba cualquier escapada para resarcirse sádicamente hablando. En una de sus visitas a Madrid, dejó KO con el famoso golpe legionario a un hombre. Su excusa: que había intentado violar a una niña y quiso salvarla. Después se deshizo del cadáver tirándolo al río Tajuña, no sin antes quitarle los pantalones y los calcetines.
La siguiente víctima fue un barcelonés millonario que le pagaba por mantener relaciones sexuales. ¿El móvil del crimen? Que el industrial no accedió a pagarle más de lo acordado. La desmesurada reacción de Manuel le llevó a golpearle con un palo y a estrangularle hasta partirle el cuello. Pero uno de sus homicidios más abominables fue el perpetrado contra una mujer de 68 años, Anastacia, a la que golpeó, violó y estranguló para después, practicar necrofilia con ella durante tres noches. Cuando ‘El Arropiero’ contó su historia a la policía, éste creyó que había matado a una bella joven de 19 años, tal era la distorsión de la realidad en la que vivía.
Vida en los psiquiátricos.
El caso de Manuel Villegas Delgado es totalmente único. Fue internado en un psiquiátrico sin haber sido juzgado y ahí se le diagnosticó tal peligrosidad que ya no le dejaron salir. Sufrió todo tipo de procedimientos médicos a fin de mitigar los raptos de violencia, algunos muy drásticos como electroshocks y medicación extrema así como trato abusivo. En el psiquiátrico de Carabanchel intentó acabar con Frank Alexander, joven alemán que vivía en Tenerife, ingresado en el centro tras asesinar a su familia como parte de un ritual.
Últimos años
Con los años cambió de actitud. Ya no se jactaba de haber matado a nadie, ni siquiera entraba en disputas violentas con el resto de sus compañeros. Solo quería curarse para disfrutar de la libertad, lo cierto es que no había condena por lo tanto no había orden para dejarlo en libertad. Fumador empedernido, una afección pulmonar acabó con su vida en 1998, a los 55 años. Había pasado 26 años encerrado y jamás fue juzgado por los crímenes cometidos.
