La estación maldita

La estación fantasma - Nacho Zubizarreta

Una chica se sube al metro en la estación de Tirso de Molina, la estación maldita del metro de Madrid. Es tarde y en el vagón solo viajan tres pasajeros, una mujer y dos hombres de aspecto siniestro, con ropas negras de otra época. Toma asiento y nota que la mujer no le quita ojo de encima, ni parpadea siquiera. De pronto se siente agotada, muy ofuscada y un terror irracional se apodera de ella.  Se produce un parpadeo en las luces y cuando regresa la luz, la mujer y sus siniestros acompañantes han tomado asiento frente a ella. 

En la siguiente parada, la de Antón Martín, un muchacho se sube al convoy y observa la situación. Como un personaje de una novela negra, toma asiento a su lado. La muchacha, atemorizada se levanta para cambiarse de asiento. Pero él le sujeta por la muñeca impidiendo que se aleje. Le susurra al oído: «no te muevas, no hables, no le mires a la cara y bájate conmigo en la siguiente parada». La joven, aterrada, le hace caso.

Una vez en el andén, todavía con la respiración entrecortada, el muchacho le dice. «Siento haberte asustado, soy medium. La mujer que teníamos enfrente estaba muerta y los dos hombres que la acompañaban, son espíritus que se la llevaban al infierno».

Historia

La estación fantasma - Nacho Zubizarreta

La estación de metro de Tirso de Molina se inauguró en 1921 con el nombre de Progreso, pues la plaza que la acogía se llamaba así durante la república. En 1939 se rebautizó como Tirso de Molina y ha sido objeto de diversas obras de ampliación a lo largo de sus más de 100 años de historia. La estación fantasma

La diseñó el arquitecto Antonio Palacios. El vestíbulo del acceso por la boca que da a la plaza es una auténtica joya y la convierte en una de de las más bonitas de toda la red. La bóveda está cubierta de azulejos blancos biselados, con frisos de cerámica de Toledo, en reflejo de oro y cobre. La estación fantasma

Fantasmas

Ya antes de empezar a perforar los túneles, los obreros que ahí trabajaban decían escuchar gritos y chillidos como de alguien que estuviera encerrado en algún lugar. A esos gritos los llamaron el Fantasma del bocadillo, por que se solía manifestar en el momento del descanso, cuando paraban para tomar un bocadillo. Lo que no podían ni imaginar es que una vez empezaron las excavaciones, llegarían a encontrar más de 200 restos humanos. Estos pertenecían a los frailes del convento de la Merced, que había ocupado lo que ahora es la plaza y en el que había vivido el mismísimo Tirso de Molina (en realidad Fray Gabriel Tellez). Tras la amortización de Mendizabal, el convento fue derribado y el solar que ocupaba pasó a ser de dominio público. Las autoridades decidieron convertirlo en una plaza. La estación fantasma

No era extraño encontrar tantos restos humanos en lugares así. Era costumbre que los frailes que morían fueran enterrados en la iglesia y el claustro donde había habitado. De hecho esto había sucedido previamente al excavar bajo otras iglesias y ermitas no solo en Madrid si no en toda España.   Cuando estos esqueletos afloraron, las autoridades tomaron una decisión bastante insólita: los dejaron donde estaban. De tal manera que tras las baldosas que adornan las paredes de las escaleras que descienden a la estación y los andenes, se encuentran los restos humanos de los monjes. La gente camina, sube y baja en medio de lo que fue un camposanto con los restos ahí todavía.  La estación fantasma

La leyenda continúa

Desde que se popularizó la leyenda de la muchacha que tuvo un encuentro con una mujer muerta, muchos otros viajeros han explicado que ellos han percibido gritos y lamentos y aseguran que la estación está unos grados por debajo de la temperatura de otras estaciones de la zona. Se cuenta la leyenda de que por los pasillos de la estación vaga el fantasma de una mujer que fue asesinada en el metro y que en las horas de poca afluencia viaja en el último vagón del convoy para asustar a los viajeros más susceptibles. La estación fantasma

La estación fantasma - Nacho Zubizarreta

 

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