Al caer la noche del 5 de diciembre, la misma velada que sale San Nicolás, los países del centro de Europa reciben a Krampus con fiestas y pasacalles. El concepto es similar al de nuestra Cabalgata de Reyes Magos, pero en terrorífico (y más modesto). Hombres y mujeres se disfrazan de Krampus y se lanzan a las calles a aterrorizar a los niños (y no tan niños). El aspecto de estos demonios es muy variado, pero es imprescindible lucir unos grandes cuernos, boca con dientes afilados y cencerros y cadenas para armar mucho jaleo. Los hay que llevan bengalas y que van acompañados de pirotecnia lo que conforma un pasacalles tan vistoso como infernal. De niño yo era my miedoso (tampoco es que ahora sea al paradigma de la valentía) y reconozco que si mis padre me hubiera llevado a ver el desfile de los Krampus, me hubiera muerto de miedo.
Desde principios del siglo XXI, al igual que la novela negra, el Krampus ha ido recobrando popularidad. El Frente Popular, partido de derechas que gobernó Austria tras la Segunda Guerra Mundial, lo prohibió por considerarlo un invento socialista anticapitalista. La popularidad de la que esta figura goza en la actualidad indica que esos intentos por erradicarlo y borrarlo del ideario colectivo no dieron ningún fruto. De hecho ese están popularizando las Krampus Parties. Se trata de celebraciones a caballo entre Halloween y Carnaval con el Krampus como protagonista, de manera que los asistentes (al menos, algunos de ellos) van ataviados de demonio ancestral y en la que impera el alcohol de alta graduación y se escucha rock heavy. La intención es que la fiesta desmadre un poco, dado el carácter lascivo y burlón de Krampus.