Corría el verano de 1978. Una bochornosa tarde fui a visitar a mi primo Antón que vivía en la calle Urgel con Sepúlveda. La tía Ana nos dio pan con chocolate y bajamos a la calle a merendar. Antón me llevó hasta el vestíbulo del mítico cine Urgel para que ver las fotos de la película que proyectaban. Me quedé fascinado ante aquellos afiches que mostraban coloridas imágenes de ambiente discotequero y de un Nueva York de barrio, alejado de las imágenes del sofisticado Manhattan al que el cine nos tenía acostumbrados. «Es una peli para mayores», confirmó mi primo, dando a entender que era tan fuerte como interesante. Ante nosotros desfilaban parejas y grupos que se perdían en el interior de la sala con la excitación de acudir a un gran evento. No en vano Toni Manero era la estrella del momento.
-¿Quieres ver algo chulo? -preguntó Antón.
Tiró de mi y me llevó de vuelta a su casa. Cruzamos el largo pasillo hasta la galería que daba al patio interior. Antón abrió la ventana y de pronto empezamos a escuchar la película. La cabina de proyección del cine daba también a aquel patio. En verano el proyector abría las puertas para que corriera el aire y dejaba escapar así la banda sonora de la película que se mezclaba con el sonido de las teles vecinas y los ruidos de la ciudad.
Fiebre del Sábado Noche fue mítica para mí muchos años antes de poder verla en la pantalla. Durante aquella semana estuve yendo a casa de mi primo Antón cada tarde para ‘escuchar’ la película, tanto diálogos como las canciones de los Bee Gees.
Mi tía Ana no podía comprender qué hacíamos su hijo y yo horas enteras encerrados en el lavadero.